luns, 10 de febreiro de 2014

La princesa prometida

Antón Losada

La declaración de la infanta ha sido planteada como un punto final, como ese momento de bochorno que debe pasar la señorita de buena familia pillada en falta para que todo se olvide.

Tras el caso Nóos se esconde “una pareja que olvidó cómo quererse”. El juez Castro obligará a la Infanta Cristina y a su marido a hablar más entre ellos

Entre la interesada pirotecnia del debate manipulado sobre los paseíllos, la seguridad o las conspiraciones contra la imputada, la realidad se ha abierto paso como suele. La propaganda es efímera y la realidad pervive. La secuencia de la infanta entrando a declarar en Palma es el reverso tenebroso de los vistosos reportajes gráficos de su boda en Barcelona. Dos imágenes que sintetizan a la perfección la trayectoria de la monarquía española durante los últimos veinte años. De la prensa rosa rosa a la prensa amarilla, deLa Princesa Prometida a Con Faldas y a lo Loco.
Si la infanta hubiera acudido voluntariamente hace unos meses al juzgado, seguramente habría evitado tanto parte del desgaste Real como una costosa mudanza a Suiza. Ahora ya es tarde. Ahora va a rastras. Ni siquiera ha tenido la inteligencia de desprenderse de alguno de los privilegios del poder para presentarse ante la Justicia como una ciudadana mas. Los monárquicos hablan de día histórico y declaración serena y sin contradicciones que prueban cómo la Justicia es igual para todos. Pero ya se sabe que la peor amenaza soportada hoy por la monarquía proviene de los monárquicos. Hay amores que matan.
La declaración de la infanta ha sido planteada por sus abogados y por la Casa Real como un punto final, como ese momento de bochorno que debe pasar la señorita de buena familia pillada en falta para que todo se olvide. Para los papeles que firmaba, alega confianza en su marido. Para las cosas que pagaba, alega desconocer la procedencia del dinero. Ni siquiera cuando supo que su padre, el Rey, sugirió a Urdangarìn alejarse de Noos se le ocurrió preguntar qué pasaba, cómo se había pagado el palacete de Pedralbes o quién contrataba al jardinero. Si la idea era que todos pensásemos que bastante castigo tiene encima con semejante disgusto, les han timado. La confianza y la ignorancia no figuran como eximentes en el Código Penal y en política, son agravantes.
El sábado la infanta confirmó que en palacio conocían la estafa y la solución fue mandarlos de viaje con todos los gastos pagados. Sin juez Castro y con juez Castro, sin sentencia y con sentencia, el caso Nóos es un siniestro total y alguien debe asumir el coste en Zarzuela. La monarquía también debe pagar por sus errores y cuanto más se resista y se empeñe en ahorrárselos, mas caro resultará el precio final. Se ha acreditado la existencia de una "corte de los milagros" que saqueaba recursos públicos al amparo de la Casa Real. Fueron descubiertos y lejos de obligarles a devolver lo sustraído, se les proporcionó una cobertura de lujo.
Para demorar la acción de la Justicia, se ha quemado gravemente la imagen de la policía, de los jueces, de la fiscalía, del Gobierno o de la Agencia Tributaria haciéndoles aparecer como encubridores. Lejos de apagar el incendio, se ha avivado y extendido por todas las instituciones del Estado. Si en Zarzuela creen que se puede salir indemne de semejante estropicio, es que no habita vida inteligente en la casa del Rey. Las estrategias de manual de comunicación no valen. Tampoco la peculiar eximente de amor que argumenta la defensa, desmontada hace tiempo en Love Story: "Amor es no tener que decir nunca lo siento", señoría. Como bien decía el Pirata Roberts a la princesa prometida: "La vida es dolor, alteza. Quien quiera que diga lo contrario intenta engañaros".

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