martes, 10 de novembro de 2015

"Satélites", exposición fotográfica de Jonas Bendiksen

Aguas de ceniza
Blog personal de Gonzalo Gómez Montoro
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Bañistas en una playa de Abjasia
Las fotografías de Jonas Bendiksen (Noruega, 1977) expuestas temporalmente en el Museo Las Claras de Murcia están incluidas en su libro Satélites y conforman un recorrido panorámico por diversas regiones de la antigua URSS. Bendiksen llegó a Rusia en 1997 como becario de la Agencia Magnum. Trabajó allí durante dos años, hasta que fue deportado. En el programa de mano de la exposición —incluida en el ciclo anual Fotoencuentros— leemos las palabras del propio Bendiksen: “Al no poder trabajar en territorio ruso, pasé gran parte de los cinco años siguientes viajando por la periferia del antiguo imperio soviético, explorando las complejas historias de enclaves semi-olvidados y de territorios indómitos. Lugares pintorescos y desconocidos, pero como me daría cuenta posteriormente, que constituyen una prueba palpable de que la desintegración de la Unión Soviética es aún un proceso en curso.” 
Aunque la muestra aparece dividida en seis secciones y cada una de ellas está dedicada a un lugar concreto —en algunos casos, muy alejados geográficamente entre sí—, el hilo conductor, los temas abordados y la técnica fotográfica es común. Si volvemos la vista al programa, seguiremos leyendo: “Durante décadas, estas repúblicas periféricas se mantenían en órbita en torno a la fuerza ejercida por la capital del imperio, Moscú. Pero todo ello se vino abajo abruptamente en 1991, con el colapso de la URSS. La propia Moscú estaba sumida en la confusión y poco pudo hacer para frenar la aparición de quince estados soberanos.”


El segundo apartado, correspondiente a Nagorno-Karabaj, muestra los resultados de la guerra que tuvo lugar entre los armenios, de religión cristiana, y los azeríes, primigenios pobladores de la región y de mayoría musulmana, entre 1990 y 1994. Cerca de 25.000 personas murieron durante los enfrentamientos, que terminaron con la victoria de los armenios y la expulsión de todos los habitantes de origen azerí. El estado actual de Nagorno-Karabaj (situado dentro de Azerbaiyán) cuenta con una capital (Nagorno-Karabaj), ejército propio —la foto de los soldados haciendo flexiones sobre una barra de ejercicios es impagable—, además de un sistema de aduanas y una constitución. Hasta aquí todo parece más o menos lógico o razonable, pero lo disparatado llega cuando leemos que este estado no ha sido reconocido como tal por la comunidad internacional, una paradoja que volverá a aparecer a lo largo de la exposición: “Pero la transición a un nuevo orden no siempre resultó tranquila. En estos puestos fronterizos, el final de la “Pax Soviética” liberó a la gente, permitiéndoles reinventarse a sí mismos y embarcarse en un futuro nuevo. Los resultados fueron diversos…”

Un rabino de dieciocho años estudia la Torá en Birobidján 

El primer apartado comprende una decena de fotografías de Birobidján, que, según las oportunas explicaciones de la pared, supuso el primer intento de reagrupamiento de judíos desde la diáspora. Los primeros pobladores de esta zona, situada entre Siberia oriental y el noroeste de China, llegaron en 1928, dos décadas antes de los asentamientos iniciales en Israel. A estos territorios fértiles y despoblados, donde frecuentemente se alcanzan los cuarenta grados bajo cero, fueron acudiendo judíos provenientes de Argentina, Francia, EEUU o la propia URSS. En apenas dos años desarrollaron industrias y cultivos así como diversas manifestaciones de la cultura en lengua yiddish: teatro, literatura, periódicos, etc. En 1936, receloso del avance de los judíos, el gobierno de Stalin inició una persecución contra los medios de comunicación y las instituciones en lengua yiddish, forzándolas a que cesaran sus actividades. De modo que en 1948 ya se habían clausurado todos los institutos y centros de enseñanza judaica. Las fotografías —realizadas a finales de los noventa— muestran unas localidades desoladas como escenarios de cine abandonados, donde todo el mundo hace las maletas para marcharse a Israel.
Según Bendiksen, en 1998 partían a diario varios vuelos repletos de emigrantes con rumbo a Oriente Medio. No es para extrañarse: además de la crisis económica y a pesar de las temperaturas extremas, los hogares son humildes como tiendas de campaña, llenos de grietas, paredes desconchadas y manchas de humedad. Las imágenes de Sushi (poblado de la región) son impresionantes: como surgido de la niebla, un anciano camina por una avenida embarrada y desierta; la luz propia de aquellas latitudes tiene algo de irreal, como la de un plató de televisión; los edificios, deshabitados, parecen buques encallados durante siglos y roídos por el óxido. A continuación, en una escena cotidiana en una pensión inspirada en el famoso cuarto de Van Gogh, Bendiksen nos muestra la pobreza con mucha más autenticidad que el pintor holandés.
Estatua de Lenin en Transnistria

La tercera región del recorrido es Transnistria, un territorio desgajado de la actual Moldavia. Según los textos que acompañan a las fotografías, se trata de una zona con fábricas siderúrgicas y, por tanto, de importancia económica. Fuentes oficiales afirman que su independencia fue promovida por los empresarios del acero, deseosos de hacerse con el poder de una de las pocas industrias rentables de la antigua URSS, pero algunos expertos aseguran que el estado sólo es una tapadera para las mafias del contrabando, del tráfico de droga procedente de Asia Central y de personas (órganos, prostitución, inmigrantes ilegales, etc.). Pese a todo, y como muestran las fotografías, las estatuas de Lenin y Stalin, las imágenes de Marx y la quincallería soviética son omnipresentes, testimonios de una extraña nostalgia.


Pero hasta que no llegamos a las fotografías de Abjasia no podemos hacernos una idea ajustada de lo sorprendente de la exposición. Esta zona se independizó de Georgia en 1993. Así pues, está situada junto al lugar de nacimiento de Stalin y el Mar Negro y poblada por 100.000 habitantes de etnia Abjasia. Por su localización geográfica es conocida tradicionalmente como “la Riviera del Cáucaso”, y durante la época de la URSS fue el destino de vacaciones favorito de losapparatchiks, como eran conocidos los altos funcionarios del régimen soviético. Abjasia, al igual que Nagorno-Karabaj, cuenta con gobierno, ejército y servicio de aduanas propio, aunque ninguno de estos organismos ha sido reconocido por la ONU. En un primer plano, Bendiksen nos enseña su pasaporte, imprescindible para acceder al “estado” de Abjasia. En la actualidad, con iniciativas como la del emprendedor que fotografía a los turistas con su oso, el gobierno intenta recuperar el potencial turístico perdido durante la guerra con Georgia. No en vano, los edificios destruidos —acribillados a balazos— y desocupados aparecen en casi todas las imágenes, y las calles están tomadas por una abundante vegetación que amenaza con ocultar cualquier rastro de vida humana. Las fotografías suponen un testimonio histórico de gran valor, pues para hacernos una idea de la “dolce vita” de los burócratas durante la URSS, vemos que el interior de un complejo turístico lujoso podía ser más sórdido que la pensión más cochambrosa que podamos encontrar en Salou, Sitges o Torremolinos. Con estos indicios, sería difícil imaginar en qué condiciones vivía la masa obrera de la Unión Soviética.

Sin duda, las fotos dedicadas al Valle de Fergana —en la actual Uzbekistán— son algunas de las más impactantes de toda la exposición. Según leemos en las anotaciones, la zona está densamente poblada y posee los terrenos más fértiles de toda Asia Central. También es un punto estratégico de vital importancia, pues por allí pasa gran parte de la heroína procedente de Afganistán en dirección a Europa. Las persecuciones contra los musulmanes en esta región —a pesar de que los seguidores del Islam son numerosos— son cruentas, con penas de hasta 18 años de cárcel por rezar en público. Las imágenes muestran reuniones clandestinas en sótanos infectos, donde los fieles se apiñan para orar.
Cazadores de basura espacial
Con todo, las fotografías de las estepas de Kazajstán son aún más sobrecogedoras. A estas planicies infinitas acuden los cazadores de chatarra espacial que, atentos al cielo con sus prismáticos, esperan como un maná la caída de los restos de los cohetes para su posterior reventa. Todo se debe al funcionamiento de una antigua agencia soviética, la cual sigue lanzando objetos a la estratosfera y que —gracias a sus precios competitivos— ha conseguido que empresas americanas y europeas utilicen sus instalaciones para poner en órbita sus satélites. Los agricultores han protestado por las intoxicaciones que la caída de combustible produce en los pastos para ganado (véase la fotografía de las vacas muertas con el vientre hinchado como un globo), y los casos de cáncer en la población han aumentado exponencialmente, pero la rentabilidad del negocio dificulta el fin de los lanzamientos. En cualquier caso, todo parece más propio de un nuevo Realismo mágico que podría sustituir al tradicional Socialrealismo impuesto durante décadas por la URSS; y al contemplar la fotografía de ese cohete tomado por los niños (el parecido con una enorme lata de Coca-Cola es sorprendente) y rodeado de palomillas blancas resulta difícil no recordar la imagen de Remedios la bella ascendiendo al cielo envuelta en una nube de mariposas amarillas.


Más imagenes:

Fragmentos de un cohete en el lago Vasilevskoi.
Fragmentos de un cohete en el lago Vasilevskoi.

Tanque de combustible caído en una zona de taiga de la República de Altái. Foto: Alexander Panichev

Hombre paseando junto a los restos de un cohete en un pueblecito del Altái. Foto: Jonas Bendiksen

Chatarrero desguazando los restos de un cohete mientras anochece. Foto: Jonas Bendiksen

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